Parece mentira que una situación global muy complicada, que ha causado estragos a niveles sociales y económicos de medio mundo, pueda tener su parte buena. Sus beneficios y aspectos positivos que deberían servir para, más allá de lo terrible de la situación que vivimos con la amenaza del coronavirus; darnos cuenta de que, con unos pocos cambios en nuestro estilo de vida, podemos recuperar nuestra salud y la salud del planeta.
Aunque hoy la situación es ya distinta, desde nuestro blog, hemos querido no dejar de lado la importancia de los efectos colaterales que ha permitido la propagación masiva de esta enfermedad en nuestra actividad, sin olvidar que, lamentablemente, deja también historias tristes y devastación en muchos pueblos que deberán, como todos, afrontar ahora, las peores consecuencias del parón obligatorio.
Y es que, tras años sumida en una polución constante, los cielos de China recuperaron su color azul. En Venecia, los canales permitieron una imagen insólita, con aguas transparentes que permitían ver los bancos de peces. Ciudades de nuestro país, como Madrid o Barcelona, presentaron los índices de contaminación más bajos de los últimos veinte años.
Un descenso en los niveles de contaminación temporal que debería servir para, a largo plazo, fijar nuevas políticas medioambientales y replantear cómo podemos cooperar con el planeta.
Sin apenas repercusiones a largo plazo
El descenso en la contaminación en cualquiera de las zonas que se vio afectada por el coronavirus se produjo porque, en cuanto la gente dejó de salir y, principalmente, moverse en transporte, las emisiones bajaron. La polución del aire, realmente, tiene una vida muy corta, por eso, cuando pasaron las primeras semanas de confinamiento, ya se pudieron observar las mejoras y ver cómo toda ella, sin saturación, era absorbida por los ecosistemas, dejando un aire limpio.
No obstante, esta situación, como decimos, es todo un espejismo. Aunque en los últimos meses la pureza del aire ha crecido, ello no ha puesto freno a todos los problemas que el planeta acarrea desde hace décadas. Haber dejado de conducir (y producir a nivel industrial) durante unas semanas, no tendrá grandes consecuencias a largo plazo porque se trata sólo de una pequeñísima parte de todos los gases que ya están en la atmósfera y causan males tan serios y preocupantes como el calentamiento global.
Ser conscientes de un cambio latente en las altas capas de la Tierra, sólo sería posible si los efectos de la crisis del coronavirus, en la economía mundial, se postergaran durante años. Una realidad bastante ilógica pues la lucha por recuperarla está siendo realmente dura para volver a salir a flote y recuperar la “rutina” de cada país.
¿Habremos aprendido algo de nuestros hábitos de consumo?
Cada euro, dólar o peso que gastamos contribuye a un aumento de los gases del efecto invernadero. Durante el tiempo que hemos vivido confinados, hemos aprendido a ahorrar. Quizás por obligación más que por devoción, pero hemos tenido que conformarnos con la comodidad de un hotel llamado casa, o con la agilidad con la que viajábamos, sin utilizar ningún medio de transporte, a través de Internet, para visitar a personas que no viven en nuestra misma ciudad, incluso país.
Si esa voluntad individual lograse aplicarse en toda la sociedad, las repercusiones positivas para el medio ambiente derivadas de la pandemia podrían no desaparecer por completo y contribuir a gestar el inicio de una nueva era en la que, al fin, demostramos ese compromiso que nos une con el medio ambiente. Todo ello, se verá próximamente, dependiendo de la reacción de cada país para afrontar la consiguiente crisis económica.
Si los estímulos para reactivar la economía se centran en energías limpias y sectores respetuosos con el medio ambiente, como las telecomunicaciones o la tecnología, que son en realidad las que mueven la mayor parte del mundo; el coronavirus podría haber aportado su granito de arena en el cambio del modelo productivo mundial y, por tanto, devenir ese empujón que necesitábamos para aplicar, como son debidas y necesarias, las medidas que velen por el bienestar de nuestro planeta.
Lo más probable, pero, es que el mal momento que sufren sociedades enteras y las presiones de bancos y gobiernos por recuperar “su” estabilidad, lleve a los peores presagios que podamos imaginar a nivel medioambiental. Los expertos hablan del efecto: “polución vengativa”, es decir, inversiones en las mismas industrias pesadas que ya destruían el mundo en las pasadas décadas, con la contrapartida de, además, acelerar el máximo los procesos para volver a encauzar la situación lo antes posible y no alargar la crisis, sea cual sea -a priori- el precio a pagar.