Son muchas las posibilidades que se nos ofrecen en el mercado, pero merece la pena conocer cuáles son, concretamente, los puntos fuertes y débiles de los sistemas más comunes de calefacción, para averiguar si el modelo que tenemos en casa reúne las condiciones óptimas para ser el que precisamos, o debemos replantearnos hacer un cambio en el tipo de calefacción que usamos. Los factores que han determinado, siempre, esa elección son varios, pero hay unos que pesan más que otros, y entre ellos se encuentra un aspecto clave, fundamental para nuestros intereses: el precio final a pagar en la factura.
Un estudio reciente ha desvelado que el gasto medio de un hogar -en nuestro país- con calefacción de gas natural se sitúa entre los 700 y 900 euros/año. Mientras que el derroche en calefacción eléctrica se encuentra entre los 1.900 y 2.200 euros anuales. Estas últimas cifras, sinceramente, son alarmantes en comparación; y una cantidad reveladora para todas aquellas personas que aún confían en la eficiencia de los equipos eléctricos, y que no sospechan de las carísimas consecuencias que pagan, por no invertir en otros modelos. Espacios que hacen uso de elementos independientes como radiadores, estufas o bombas de calor y que se alimentan, sin cesar, de la energía eléctrica para proporcionarnos el calor suficiente, en épocas de frío.
¿Individualizamos o centralizamos?
Hablando de los propios sistemas de calefacción, según su centralización, existen dos modelos: el individual y el centralizado.
La ley actual que rige desde hace, aproximadamente, una década, obliga a los edificios de nueva construcción a instalar un sistema de calefacción individualizada. De esta manera, cada propietario tiene su contador energético. Hay, todavía, ciertos inmuebles antiguos, pero, que conservan instalaciones centralizadas.
En el primer tipo de sistema, que usa un 25% de la población, la vivienda cuenta con su particular sistema instalado en casa, independiente del del resto de viviendas del bloque con quienes podría compartirlo; ese es el segundo caso. El sistema de calefacción centralizada ofrece, a partir de una misma instalación, un servicio conjunto a múltiples hogares. Este sistema es común en comunidades de vecinos y propietarios, aunque, como decíamos, cada vez es menos común dado que son más quienes lo sustituyen, y la propia ley la que ya obliga a su desuso.
A nivel económico, pero, cabe ver con buenos ojos las ventajas de este último modelo. Por ejemplo, por un lado, permite acceder a tarifas más económicas de combustible (por volumen/cantidad); y por otro, reduce los costes de instalación, ya que la suma de los costes (derramas), es menor al tratarse de un sistema de calefacción comunitario, pues el gasto se reparte entre los propietarios.
Contabilización individualizada: un mal “yo por ti, tú por mi”
Así como disfruta de sus ventajas, lo cierto es que este sistema anticuado -que hoy ya no se permite- realiza un reparto poco ajustado del consumo real y no es posible determinar si estamos consumiendo más energía de la indispensable. Un inconveniente al que muchos ya le han buscado solución. Y es que, para medir el consumo que genera cada vivienda, cuando éstas comparten sistema en edificios con calefacción central, pasa por instalar repartidores de costes -o contadores de energía-, en base al sistema de calefacción y a la red de distribución de éste.
Por lo tanto, es de suma importancia a la hora de determinar qué sistema es el más adecuado, recalcar que debemos conocer bien las características de todos ellos, conocer los detalles absolutos de su funcionamiento para determinar cuál es el mejor según nuestro caso, y, consecuentemente, permitir que primen las necesidades a nivel energético y económico y, en menor grado, estético.